miércoles, 26 de mayo de 2010

Me llamo Fabiola, nací en la ciudad de Oaxaca el 4 de abril de 1990. Siempre me ha gustado ser una persona muy activa a pesar de que muchas veces me rindo ante la ociosidad de la vida. Mis pasiones recaen principalmente en los deportes, sobre todo en el futbol, sin embargo, el deporte que he practicado a lo largo de mi vida es la natación, no obstante este deporte me fue inculcado más por obligación que por convicción propia debido a problemas de salud.
Otro de mis gustos tiene que ver con el cine. Debido a mi forma de ser tan sensible, tiendo a inclinarme por películas románticas sobretodo si son protagonizadas por mis actores favoritos: Johnny Depp y Gerard Butler.
Mis pasatiempos se reducen al ejercicio, chat y de vez en cuando una salida con los amigos.
Esto solo es un provadita de lo que soy...

Solo tu recuerdo

No recuerdo cuándo fue la ultima vez que el perfume de su cuerpo me inundó de manera inesperada, todos los recuerdos de él zumbaron en mi mente como una bandada de abejas, mi corazón latió con fuerza, aclamaba su presencia en ese mismo instante. Volteé la mirada pero fue inútil mi búsqueda, había percibido el mismo perfume en alguien más. Continué mi camino.
Hace cuatro meses que el espejo de mi casa no refleja su sonrisa, mi cama, vacía por las noches, me parece inmensa y, entre tanta soledad, mi almohada intenta en vano cumplir el papel de un hombre apasionado, un amante incontenible que impregnó su calor en mis venas, un hombre que sembró en mi vientre más que solo vida, más que solo amor.
El secreto para mantener mi cordura, para no reventar de desesperación e ir tras él, recae en mi simple ingenuidad, la inocencia de creer en cada una de sus palabras. Parecía tan convincente cuando me estrechaba en sus brazos, cuando me besaba con esa locura incontenible que lo caracteriza. Me dejé llevar, es cierto, pero ahora que le pertenezco no me concibo en los brazos de alguien más.
Deambulaba por la sala con mi taza de cereal en la mano a causa del bendito antojo. Me detuve en la ventana de mi casa para mirar el enorme campo que había, ahí, solían jugar futbol todos los de la colonia. Mirando fijamente a través del cristal opaco que reflejaba un rostro demacrado y sin maquillaje, una figura esquelética con un ligero bulto en el vientre y un cabello totalmente enmarañado, recordé nuestro primer encuentro. Lo conocí por casualidad cascareando en una cancha de soccer en un pueblo lejos de aquí. Al principio, él me pasó totalmente desapercibido, lo noté gracias a un certero balonazo que se estrelló contra mi frente, en el suelo, confundida y con la mano en la frente, escuché por primera vez su voz.
– Lo siento, ¿estas bien? – Dijo tratando inútilmente de contener su risa.
– Estoy bien, no te preocupes – le dije con voz a penas audible mientras me ayudaba a levantarme.
Su risa, explosiva y adornada con una sonrisa infinitamente hermosa, se grabaron en mi mente. Su cabello rizado y húmedo desprendía un fresco aroma que se difundía en lo más profundo de mis fosas nasales.
– Vamos, te invito un trago – habló por fin sin tener la risa de por medio.
– No gracias, no tomo – le respondí con un todo de voz exageradamente tímido.
La verdad es que siempre había sido una chica tímida y con miedo a experimentar cosas nuevas, mi vida era monótona y aburrida, tanto que hasta mi mascota huyó un día para ir en busca de alguien que no se pasara todas las tardes en compañía de un buen libro. Después de que él escuchó mi respuesta, volvió a estallar en risas. ¿Se estaba burlando de mí?
– Esta bien. – Dijo tratando de calmarse. – Te invito un refrsco entonces.
– Es lo justo después del golpe que me acabas de dar – le respondí inmediatamente. Esa risa aunque fuera a costa mía, me había hechizado, sentí la necesidad repentina de estar con él más tiempo y poder conocerlo.
Comenzaba a obscurecer, caminábamos juntos hacia el café-bar al que me había invitado. Nos sentamos cerca de la mesa de billar, él pidió una cerveza, yo… solo agua. Ya no me extrañaba que cada cosa que hacía fuera motivo de su risa incontrolable. Él era cerveza tras cerveza, yo era agua, tras refresco, tras agua. Platicábamos sin parar, jamás en mi vida había hablado tanto de mí. Ese joven de piel cobriza empezaba a gustarme en verdad.
De repente, una cerveza se posaba sobre mi mano, o tal vez ya era la tercera. No se exactamente en qué momento él me convenció, nunca imaginé que tuviera tan poca fuerza de voluntad. Ahora yo reía incontrolablemente y lo peor es que no sabía ni por que. El bar estaba cerrando, no tenía la menor idea de la hora que era. Di un gran sorbo a la cerveza fría, de no haber sido por un sujeto que interrumpió, me hubiera atragantado con el alcohol.
– Eduardo, te dejo el duplicado, ahí cierras – gritó una voz ronca y marcada por los años.
Eduardo no respondió por que en ese preciso momento me besaba suave y delicadamente, acaricié su cabello, lo acerqué aun más a mí. No quedaba nada de esa niña tímida, en su lugar, había una mujer salvaje y sedienta de sus besos. La mesa de billar adquirió la función de un hipnotizante lecho. Mis suspiros surgían con cada botón que él desprendía, sus manos recorrían el contorno de mi figura, yo me aferré a él como si mi vida dependiera de ello. En la cúspide de aquel éxtasis, grité su nombre. Y con esa noche, entre él y yo se inició una relación por demás especial, una relación que me enseñó a dejar la monotonía atrás, en un mes no solo aprendí a ser una gran amante, sino gran amiga y a vivir feliz disfrutando de su compañía experimentando cosas nuevas, innovando mi vida al lado de la suya.
Dejé mi reflejo en la ventana, la tasa de cereal estaba vacía. Me puse una chaqueta y salí a despejarme, sabía que no funcionaría pero al menos me sentiría triste en otro lugar que no fuera mi casa. Caminaba por la calle absorta de mis pensamientos acariciando inconscientemente mi amado bultito abdominal. Me detuve en un puesto de revistas para comprar el periódico, levanté la vista buscando el de mi preferencia cuando un rostro familiar llamó mi atención, no estaba segura si era él, rodeé el puesto para ver mejor.
Una punzada terrible atravesó mi corazón, mi cuerpo comenzó a temblar, no sabía q hacer, que pensar, que sentir. Salí de mi trance cuando el diminuto corazoncito que latía dentro de mí me consoló, me aseguró que mi vida no dependía de él, ya no más y que si él había decidido buscar una nueva compañía, quien era yo para cambiar la historia. Bajé los brazos con mi periódico en la mano, di media vuelta y regresé a mi casa dispuesta a mejorar mi vida, una vida exenta de él, de su recuerdo y de su presencia. Una vida nueva en la que mi pequeño acompañante y yo podamos disfrutar de las cosas impredecibles que nos esperan.
Fabiola Vásquez Castellanos